Este relato, amigos mios, es tomado del libro editado con motivo del cuarto
centenario de las procesiones de Semana Santa en Popaýan (1958). Ha sido,
por lo menos para mi, una guía de todos los aspectos del carguío, tema de deliciosas
conversaciones y discusiones semanasanteras entre nosotros los cargueros, aspectos
éstos que muchas veces pasan inadvertidos, pero sin los cuales nuestra centenaria
tradición seguramente no hubiera perdurado y alcanzado el esplendor y renombre
de los  que actualmente goza.
1999. Andrés Felipe Cosme Hurtado, carguero.

EL CATECISMO DEL CARGUERO

"Ahora que las dolencias y los años no se compadecen de mi cuerpo, quiero dejar para mis hijos y mis nietos, estos breves consejos, que hoy me los dicta el corazón, porque desde una ventana vi  desfilar este año las procesiones.

 Lo primero que necesita el carguero es entusiasmo. Pero no ese entusiasmo que les da a muchos cuando están viendo pasar la procesión, porque de nada les vale decir “eso si, que de quiá un año la meto ”, si en ese año no se apersonan las cosas. Hay que saber estar en todo. Por allí en la semana del Concilio hay que meterse al cuarto de los Judíos y darse cuenta de que nada le falta al paso en que se va a cargar para en caso de necesidad darle aviso al Síndico, sin dejar eso para última hora. Así, que cuando llegue la armada esté todo completo: la tarima sin chorriones; las carteras, jarras, parales, perillas, falsos, arandelas y contrabandos, limpios, sin olvidar que las velas y flores quedan mejor acuñadas con astillas de maguey que con papel y que el sitial cabecea menos si se usa cinta de hiladillo, o chumbe en vez de alambre, pues aquella cede y éste se revienta.

  

La armada debe hacerse en el suelo y la subida a los burros antes de poner las flores y las velas, teniendo cuidado que las andas descansen en los burros sobre el bastidor y no en las perillas. Y esto porque una soliviada podría echarlo a tierra por haberse dejado en falso.

 

Una vez el paso listo, el carguero debe preocuparse de su persona.

 

Ante todo saber cuáles serán sus compañeros para medirse y acotejarse. Yo no sé que pasa, pero en los días de procesiones todos resultan ser altos. En todo caso, al medirse no hay que tomar como altura la cabeza sino el nivel de los hombros. Para ser esquinero por lo menos hay que llevarle al centro dos dedos y saber manejar la alcayata que es como el segundo yo en que reposa el paso a la hora de las descansadas.

Hay pasos en que la técnica ha llevado a divisiones sustantivas; por ejemplo en la Crucifixión los delanteros son los chiquitos y por consiguiente los de atrás son grandes. Si en la mezcla y entremezcla viene un baraje de estaturas hay que tender a acondicionarse de manera y suerte que si es alto no le pongan de segundo a una pigua que lo changuanié a uno mientras ella va colgada. Y si es pequeño no le metan de diagonal una guaraca pues a más de clavarlo a uno, queda el paso en balanza.

 

 

Manejar la alcayata es más asunto de práctica que de fuerza. El carguero viejo cuando llega a una descansada se detiene, luego afirma bien las piernas y sin precipitarse busca la piedra para asentar el recatón de tal suerte que la chonta quede vertical, pudiendo así, manejarse la alcayata con una sola mano, asiéndola del cubo y con tanto dominio que pueda una vez puesto el paso en reposo, salirse del barrote sin necesidad de ponerse a accionar. Es una gran chambonada arrancar apenas se oye la voz de mando, pues para seguir, los esquineros ayudados de los centros deben soliviar para sacar las alcayatas, darle balance al santo y salir caminando con el mismo pie, sin cabecear ni salirse del cordón o dejarse coger ventaja del sitial.

 La hermenéutica del carguío nos enseña que para no pedirla debe escogerse un barrote un poco más alto que el hombro. Así, por lo menos se evitarán las agachadas.

 Las descansadas se harán a trechos regulares y en las esquinas, antes o después del centro de la boca-calle. Los chiflones de viento, además de apagar las velas del paso, al carguero que ya va sudao, le pueden apagar los pulmones para siempre.

 Ahora, pasando de la materialidad a la corporalidad, no está por demás recordarles, hijos queridos, que el túnico debe ser de fula morada o azul con dos bolsillos de pecho y dos que derechamente vayan a dar a los del pantalón. Que sea holgado en los sobacos y lo suficientemente largo pues todo lo que sobre se recoge con el paño y el cordón, de tal suerte que ni quede a la altura de las rodillas ni a la bajura de los tobillos pues la medida justa viene a saberse por allí a las seis cuadras de cargar, ya que el carguero, por derecho que sea, con el peso a la larga, encoge.

 

El paño debe ponerse al cinto o terciado según rija el rigor de la circunstancia. El viernes santo obliga corona o cruz de terciopelo negro. Esto va a escogencia de la novia a quien toca testimoniar en ese día y en esa forma su cariño. Para los que como yo no tienen esa cosa basta una palmita de ensueño o una coronita de violetas.

 Está fuera de toda regla cargar con alpargates nuevos. Al comprarlos se deben escoger más bien estrechos que flojos; hacerlos lavar, tacarlos y dárselos a amansar a uno de la familia.

 Sé que hay algunos cargueros que se fajan. Sobre esto no puedo aconsejar pues yo nunca lo he hecho. Eso es cosa de gustos y ante todo soy de la escuela vieja en que era preferible reventarse que pedirla.

 Y para concluir esto que he llamado “El catecismo del carguero” debo advertirles, hijos queridos, que huyan del aguardiente, que se anima, floja y si entusiasma, deprime.

 Con estas reglas pueden un día llegar a ser unos Otones o unos Pachos."

 Pedro Ponce.

 
Andrés Felipe Cosme Hurtado, 1999
 Regresar a mi Homepage....
Regresar a la página sobre Semana Santa en Popayán....
Regresar a la página sobre Popayán....