"Ahora que las dolencias y los años no se compadecen
de mi cuerpo, quiero dejar para mis hijos y mis nietos, estos breves consejos,
que hoy me los dicta el corazón, porque desde una ventana vi desfilar este año las procesiones.
Lo primero que necesita el carguero es
entusiasmo. Pero no ese entusiasmo que les da a muchos cuando están viendo
pasar la procesión, porque de nada les vale decir “eso si, que de quiá un año
la meto ”, si en ese año no se
apersonan
las cosas. Hay que saber estar en todo. Por allí en la semana del Concilio hay que meterse al
cuarto de los Judíos y darse cuenta de que nada le falta al paso en
que se va a cargar para en caso de necesidad darle aviso al Síndico, sin dejar eso para última hora. Así,
que cuando llegue
la armada esté todo completo: la
tarima sin
chorriones; las carteras,
jarras, parales, perillas, falsos, arandelas y contrabandos, limpios, sin olvidar que las velas y flores quedan
mejor acuñadas con astillas de maguey que con papel y que el sitial cabecea menos si se usa cinta de
hiladillo, o chumbe en vez de alambre, pues aquella cede y éste se revienta.
La armada
debe hacerse en el suelo y la subida a los burros
antes de poner las flores y las velas, teniendo cuidado que las andas descansen en los burros sobre el
bastidor y no en las perillas.
Y esto porque una soliviada podría
echarlo a tierra por haberse dejado en
falso.
Una vez el paso listo, el carguero debe
preocuparse de su persona.
Ante todo saber cuáles serán sus
compañeros para medirse y
acotejarse. Yo no sé que pasa, pero en
los días de procesiones todos resultan ser altos. En todo caso, al medirse no
hay que tomar como altura la cabeza sino el nivel de los hombros. Para ser esquinero por lo menos hay que llevarle
al centro dos
dedos y saber manejar la alcayata que es como el segundo yo en que
reposa el paso a la hora de las descansadas.
Hay pasos en que la técnica ha llevado a divisiones sustantivas; por ejemplo en la Crucifixión los delanteros son los chiquitos y por consiguiente los de atrás son grandes. Si en la mezcla y entremezcla viene un baraje de estaturas hay que tender a acondicionarse de manera y suerte que si es alto no le pongan de segundo a una pigua que lo changuanié a uno mientras ella va colgada. Y si es pequeño no le metan de diagonal una guaraca pues a más de clavarlo a uno, queda el paso en balanza.
Manejar la alcayata es más asunto de práctica que de fuerza. El carguero viejo cuando llega a una descansada se detiene, luego afirma bien las piernas y sin precipitarse busca la piedra para asentar el recatón de tal suerte que la chonta quede vertical, pudiendo así, manejarse la alcayata con una sola mano, asiéndola del cubo y con tanto dominio que pueda una vez puesto el paso en reposo, salirse del barrote sin necesidad de ponerse a accionar. Es una gran chambonada arrancar apenas se oye la voz de mando, pues para seguir, los esquineros ayudados de los centros deben soliviar para sacar las alcayatas, darle balance al santo y salir caminando con el mismo pie, sin cabecear ni salirse del cordón o dejarse coger ventaja del sitial. |
La hermenéutica
del carguío nos enseña que para no
pedirla debe escogerse un barrote un
poco más alto que el hombro. Así, por lo menos se evitarán las agachadas.
Las descansadas se harán a trechos regulares
y en las esquinas, antes o después del centro de la boca-calle. Los chiflones de viento, además de apagar
las velas del paso, al carguero que ya va sudao,
le pueden apagar los pulmones para siempre.
Ahora, pasando de la materialidad a la corporalidad, no está por demás recordarles, hijos queridos, que el túnico debe ser de fula morada o azul con dos bolsillos de pecho y dos que derechamente vayan a dar a los del pantalón. Que sea holgado en los sobacos y lo suficientemente largo pues todo lo que sobre se recoge con el paño y el cordón, de tal suerte que ni quede a la altura de las rodillas ni a la bajura de los tobillos pues la medida justa viene a saberse por allí a las seis cuadras de cargar, ya que el carguero, por derecho que sea, con el peso a la larga, encoge.
El paño debe ponerse al cinto o terciado según rija el rigor de la circunstancia. El viernes santo obliga corona o cruz de terciopelo negro. Esto va a escogencia de la novia a quien toca testimoniar en ese día y en esa forma su cariño. Para los que como yo no tienen esa cosa basta una palmita de ensueño o una coronita de violetas. |
Está fuera de toda regla cargar con
alpargates nuevos. Al comprarlos se deben escoger más bien estrechos que
flojos; hacerlos lavar, tacarlos y
dárselos a amansar
a uno de la
familia.
Sé que hay algunos cargueros que se
fajan. Sobre esto no puedo aconsejar pues yo nunca lo he hecho. Eso es cosa de
gustos y ante todo soy de la escuela
vieja en que era preferible reventarse que pedirla.
Y para concluir esto que he llamado “El
catecismo del carguero” debo advertirles, hijos queridos, que huyan del
aguardiente, que se anima, floja y si entusiasma, deprime.
Con estas reglas pueden un día llegar a
ser unos Otones o unos Pachos."
Pedro
Ponce.
Andrés Felipe Cosme Hurtado, 1999
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